Informantes: Adoración Agudo Juan Reyes Carrillo
Ana María Donaire Luisa García del Castillo
Antonia Herrera Hilaria Gutiérrez
Localización: Iznatoraf


Las narraciones de contenido erótico –ya sean en prosa o en verso– en las que alguno o ambos protagonistas pertenezcan al clero han formado parte del repertorio literario español y universal desde antiguo; el Arcipreste de Hita y Bocaccio, por citar algunos nombres de autores cultos, dan buena fe de ello.
En la literatura de tradición oral estas narraciones las encontramos tanto en forma de cuentos:
«…si el pepino se me crece
y el nabo se me endereza
el primer agujero que tape
el de usted, madre abadesa».

en el que, pese a las apariencias, el doble sentido, el equívoco, y la metáfora están presentes desde las primeras palabras (pensemos que el protagonista es un hortelano endeudado con el convento de religiosas).
Los continuos procesos y censura por parte del Santo Oficio propiciaron que estos recursos literarios fueran norma general, así como que su interpretación se restringiera a círculos íntimos en reuniones de carácter festivo (bodegas, lagares, remates de recolección, matanzas…), lo cual no ha impedido, incluso creemos que todo lo contrario, su pervivencia en la memoria colectiva hasta llegar a la tradición oral moderna, ayudado por la gran cantidad de elementos que refuerzan su contenido folklórico, tales como truculencia, ironía, pasiones desatadas, contenido justiciero frente al poder terrenal del clero, etc., y es que en todo el material del que tenemos conocimiento acerca de este tema es excepcional el caso de arrepentimiento espontáneo; citemos al respecto el romance de «El cura y su penitencia» en el que tras el engaño, violación y asesinato de la víctima con el fin de ocultar el crimen, el protagonista pide para sí mismo al tribunal que lo juzga el castigo más ejemplar que pensare pueda:
«…que te metan en un horno
hasta que te hagas carbón;
como era una niña santa
esa me merezco yo».

No obstante, lo más frecuente es que tal arrepentimiento esté motivado por razones más prosaicas, tales como una buena somanta, de las que dan fe diferentes canciones:
«Corrido va el abad
por el cañaveral
Viendo Alejo al zote
asió de un garrote
y del pie al cogote
le hizo cardenal,
por el cañaveral».

Recordamos también el romance de «El cura e Isabel»:
«…le dieron la zurriplamplan,
qué bien despachado fue,
se engancharon a las una
y acabaron a las tres…»

En honor a la verdad, hay que hacer notar que no siempre la finalidad de la canción es ejemplarizante o justiciera, sino la simple narración de asuntos amorosos con estos peculiares protagonistas:
«Estando un curilla
malito en la cama
a la media noche
llama a la criada».

O aquel otro:
«Veinticinco reales
da una viuda
sólo por la sotana
del señor cura,
y el señor cura dice,
con argumento:
yo no doy la sotana
si no voy dentro».

La pieza que presentamos incluida en esta grabación posee dos características fundamentales que la hacen de marcado interés y nos hablan de la genialidad de sus anónimos autores, tanto en el tratamiento musical como en la forma literaria. En su aspecto literario se acoge a la estructura dialogada, ya empleada en romances antiguos, entre la dama que requiere de manera reiterada al objeto de su amor, siempre recurriendo a la doble intencionalidad, siendo el clérigo quien regresa al plano real de la narración; la dualidad entre lo supuesto y lo evidente se repite rítmicamente hasta el final, dotando a una misma escena de dos interpretaciones distintas según quién sea el narrador (o el observador).
Desde el punto de vista musical, el recurso al canto sacro no deja de reforzar el tono irónico –quizá cínico– de esta letanía.
Maitines
Vámonos a maitines mi Doña Elena,
vámonos a maitines con la linterna.
¿Qué haremos en maitines padre fray Diego,
qué haremos en maitines, qué haremos luego?
Compraremos el pollo, mi doña Elena,
compraremos el pollo con la linterna.
Después de comprado el pollo, padre fray Diego,
después de comprado el pollo ¿qué haremos luego?
Mataremos el pollo, mi doña Elena,
mataremos el pollo con la linterna.
Después de matado el pollo, padre fray Diego,
después de matado el pollo ¿qué haremos luego?
Pelaremos el pollo, mi Doña Elena,
pelaremos el pollo con la linterna.
Después de pelado el pollo, padre fray Diego,
después de pelado el pollo, ¿qué haremos luego?
Nos comeremos el pollo, mi doña Elena,
nos comeremos el pollo con la linterna.
Y después de comido el pollo, padre fray Diego,
y después de comido el pollo ¿qué haremos luego?
Cagaremos el pollo, mi doña Elena,
cagaremos el pollo con la linterna.
Y después de cagado el pollo, padre fray Diego,
y después de cagado el pollo ¿qué haremos luego?
Nos acostaremos mi doña Elena
nos acostaremos con la linterna.
Y después de acostados, Padre Fray Diego
Y después de acostados ¿qué haremos luego?
Nos levantaremos, mi doña Elena,
nos levantaremos con la linterna.

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