Informante: Catalina Guzmán López
Localización: Pegalajar

A esta canción, que debemos encuadrar dentro de las del Ciclo de Cuaresma, podemos aplicarle buena parte, si no la totalidad, de lo comentado a propósito de los «Diez Mandamientos» en cuanto a su carácter litúrgico-religioso, así como a su simbolismo.

Nuestro cancionero tradicional cuenta, y ya lo referíamos con anterioridad, con numerosos ejemplos donde se comparan motivos no religiosos (barajas, arados) con elementos cristianos; en el caso de «La baraja» (a lo divino) se utilizan imágenes y números para ir explicando los misterios de la religión en unas versiones, o la Pasión de Cristo en otras. La versión que aparece en el disco es una mezcla de ambas en la que, de los diez números o imágenes, la mitad, cinco, los dedica a episodios de la Pasión y otros cinco a considerar a Dios uno, trino, creador del Cielo y la Tierra.

Así pues, hemos de considerar una doble simbología: la del número estrictamente y la de las diferentes figuras que decoran el naipe. De este modo los reyes, por ejemplo, se asocian con diversos personajes: el rey de espadas es David, el de copas Carlomagno, el de oros César, y el de bastos Alejandro.

Con respecto a la evolución de este romance podemos considerar dos fuentes distintas: aquélla, quizá la más popular, en la que sin ninguna explicación previa o pretexto va comparando a cada uno de los números con un misterio religioso o un episodio de la Pasión (lo que es el caso de la que aparece en nuestra grabación), o aquella otra en que bien en verso, bien en prosa, se trata de narrar una historia con visos de credibilidad en la que generalmente un soldado de la guarnición de Cuba es sorprendido por un superior durante la misa jugando con la baraja, tras lo cual, y para evitar el castigo, hace gala de gran ingenio al dar una interpretación piadosa de su desliz.

Como ejempo de esta segunda versión transcribimos la de un pliego suelto recogido por Agustín Durán en su Romancero General:

Emperatriz de los cielos / Madre y abogada nuestra
dadle, Celestial Aurora / términos a mi rudeza,
aliento a mi tosca pluma / porque así referir pueda
a todo aqueste auditorio, / si un rato atención me presta,
un caso que ha sucedido / en Brest, ciudad rica y bella,
con un discreto soldado / en el año de noventa
estando de guarnición / en ella según nos cuenta.
Y así, confiado en Vos, / Sacratísima Princesa,
refugio de pecadores, / fuente pura y mar de ciencia,
daré principio a este caso / atención que ya comienza:
s esta ilustre ciudad / dichosa, fértil y amena,
divertida, alegre y rica / apacible y placentera.
Un domingo de mañana, / serían las siete y media,
para cumplir el precepto / que nos impone la Iglesia,
en las fiestas y domingos, / que es oír la misa entera,
dióles orden un sargento / a sus soldados, que fueran
a cumplir este precepto, / y prestaron obediencia.
Se fueron todos formados / a la más cercana iglesia,
y estando la misa oyendo / con muy grande reverencia,
Ricart, que este es el soldado, / por quien el caso se cuenta,
a quien castiga mucho / del sargento la soberbia
en vez de un libro devoto / sacó de la faltriquera
un juego de naipes finos, / y con la cara muy seria,
se los ha puesto delante / como si en manos tuviera
un libro santo y devoto, / la contemplación empieza;
los asistentes notaron / a preocupada idea,
y el sargento le mandó / que la baraja escondiera,
reprehendiendo al mismo tiempo / el escándalo en la iglesia
Ricart, atento, escuchaba, / las veras con que lo muestra,
y sin replicar palabra / continuaba con su idea.
Acabada ya la misa / sin que un punto se detenga,
el sargento le mandó / a Ricart que le siguiera,
y se fueron los dos juntos / y en casa del Mayor entran,
a quien el sargento dio, / el escándalo la queja,
y el Mayor, muy enojado, / le dio reprehensión severa,
diciendo de aquesta suerte: / –¿Qué temeridad es esa
y poco temor de Dios, / escándalizar la iglesia?
A lo que le respondió Ricart / con muchísima modestia:
–Si vuestra merced, señor, / un rato atención me presta,
expondré yo mi disculpa / y dejaré satisfecha
vuestra grande corrección / todo el mundo sepa
que hay lances que son forzosos, / y esto ninguno lo niega.
Movido a curiosidad / le mandó que le dijera.
–Sepa usted, señor Mayor, / que por ser la paga nuestra
tan corta que apenas basta / para las cosas primeras,
que es el sustento del cuerpo / cuando algún cuarto nos queda
nos vamos a echar un trago: / bajo este supuesto vea
si tendrá el pobre soldado / para libros, en que pueda
meditar mientras la misa. / Y entonces con diligencia
sacó Ricart la baraja, / y dijo de esta manera:
–Sepa usted, señor Mayor, / cómo esta baraja entera
suple en mí todos los libros, / a cuya compra no llegan
mis escasas facultades / por ser pocas y pequeñas.
Y empezando por el as, / que esta es la carta primera
dijo: –Cuando veo al as, / señor, se me representa
un solo Dios creador, / de todas cosas diversas;
en el dos, el nuevo y viejo / Testamento se me acuerda;
el tres, que son tres Personas / y una sola omnipotencia;
el cuatro me hace pensar / –y es preciso que lo crea–,
en los cuatro evangelistas / según la Escritura enseña.
Que son: Juan, Lucas, Mateo, / y Marcos, por cosa cierta;
en el cinco hago memoria / cinco vírgenes bellas
que delante del Esposo / se representaban con regias
lámparas, y entrar las hizo / en la sala de la fiesta.
El seis, que Dios crio el mundo, / en seis días, cosa cierta;
el siete, que descansó, / por cuya causa primera
deben todos los cristianos / gastar los días de fiesta,
y especialmente el domingo, / en oración santa y buena;
en el ocho considero / las ocho personas buenas
que al diluvio escaparon / por divina Providencia,
que fue Noé y su mujer, / sus tres hijos prendas tiernas,
de su fino corazón, / con sus tres esposas bellas.
Llegando al nueve me acuerdo / de la cura de la lepra
de aquellos nueve leprosos / que entre todos, uno hubiera
que por tantos beneficios / gracias al Señor le diera;
el diez me hace pensar, / a la memoria me lleva,
todos los diez mandamientos / de nuestra ley verdadera.
Y mostrándole la dama, / que en la baraja francesa
es lo mismo que el caballo, / le dijo: –La dama es ésta;
es la hermosa reina Saba, / que vino con gran presteza
de la otra parte del mundo / sólo por ver la gran paciencia
del sabio rey Salomón, / que fue grande, según cuentan;
en el rey recapacito / que hay un Rey de cielo y tierra,
y que debo servir bien / a su divina grandeza.
Aún me extendería más, / si no turbara la idea,
que es: Las cincuenta y dos cartas / de esta baraja francesa
trescientos sesenta y cinco / puntos se incluyen en ella,
el número de los dias / son los que en sí el año encierra,
las cincuenta y dos semanas / que doce meses completan;
de modo que la baraja / me sirve de oración buena,
de libro de meditar / para en estando en la iglesia;
de almanac, de catecismo, / y de oración muy perfecta.
Así que acabó Ricart / de referir esta idea,
dijo el Mayor: –Yo he notado / una cosa, y bien quisiera
que tú me la declararas. / Y Ricart dio por respuesta:
–Diga usted, señor, que yo / lo diré como lo sepa.
–¿Por qué la sota has pasado / sin que de ella me dijeras
ni tan sólo una palabra / como si carta no fuera?
A lo que le respondió: / –Señor, si me dais licencia
y prometéis no enfadaros, / diré luego lo que pueda
de la sota. Y el Mayor / le mandó que lo dijera.
Entonces sacó la sota / dijo de esta manera:
–Esta sota la comparo, / sin que nadie lo desmienta,
al hombre más ruin e infame / que abortó naturaleza,
que es el sargento, que aquí / me trajo a vuestra presencia
pues es el que me castiga / siempre a diestra y siniestra

aunque yo no tengo culpa, / que esto es lo que me molesta.
Quedó admirado el Mayor / de tan ingeniosa idea
y a Ricart le regaló, / para que a su casa fuera,
cuatro doblones de oro, / y le otorgó la licencia
que tenía solicitada, / y orden para que se fuera.
Salióse de la ciudad / y el sargento allí se queda
maldiciendo su fortuna, / sólo por ver la cautela
con que Ricart dio a entender / a su Mayor esta idea,
que siempre le castigaba / aunque culpa no tuviera.
Llegó muy presto a su casa, / y a sus parientes les cuenta
lo que le había pasado, / de lo que mucho se alegran.
Y el poeta a vuestros pies / pide perdón de la idea,
y encarga a los circunstantes / y dice, porque lo sepan,
si hay algunos que lo ignoran, / que la baraja francesa
se compone de as y dos / según consta de experiencia,
tres cuatro y cinco también / que el olvido no se queda
el seis, el siete y el ocho, / nueve y diez, por cosa cierta
la sota, la dama y el rey, / que esta es la carta postrera.

La Baraja de los Naipes
La baraja de los naipes
niña te vengo a explicar,
para que de Dios te acuerdes
cuando vayas a jugar.
Yo considero en el as,
en el as yo considero,
que es un solo Dios inmenso
y un solo Dios verdadero.
Yo considero en el dos
son las llaves de San Pedro,
y aquel que esto no creyese
no tendrá parte en el Cielo.
Yo considero en el tres
y en el tres yo considero,
son tres personas distintas
y un solo Dios verdadero.
Yo considero en el cuatro
que es la carta más hermosa,
toda la Pasión de Cristo
angustiada y dolorosa.
Yo considero en el cinco
las llagas del Redentor,
míralas con humildad
limpiaselas al Señor.
Yo considero en el seis
cuando Cristo formó al mundo,
que trabajaba seis días
y descansaba el domingo.
Yo considero en el siete,
que bien claro lo mostró,
estando Cristo en la Cruz
siete palabras habó.
Yo considero en la sota
aquella mujer piadosa,
que con su toca limpió
a Jesús su cara hermosa.
Yo contemplo en el caballo
a Longino en el Calvario,
que le dio fuerte lanzada
a Jesús en el costado.
Yo considero en el rey
al Rey de Cielos y Tierra,
y aquél que esto lo creyese
tendrá un alma santa y buena.

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