Informante: Juan Antonio Jurado Medina.
Localización: La Guardia.

Los ritos de transición son uno de los fenómenos culturales más comunes a todas las civilizaciones y que con mayor tenacidad han soportado el paso del tiempo, manteniendo aún hoy todo su sentido originario, aunque se manifiesten al exterior con gestos más actuales. Señalan estos ritos el cambio de situación de uno de los miembros del grupo humano dentro de los diferentes status establecidos en dicha sociedad y mediante él se institucionaliza el tránsito –de ahí el nombre– del individuo de un estrato a otro nuevo donde ya, gracias al rito de transición, se le reconoce públicamente.
Normalmente van ligados al ciclo vital y marcan las sucesivas etapas del desarrollo del individuo, sea del sexo masculino o del femenino. Las culturas primitivas desarrollan vistosos rituales tras la primera menstruación de una muchacha y que la sitúan de manera pública como mujer, o bien establecen trabajos –prueba, de dureza más o menos estricta, para los varones antes de considerarlos miembros adultos del grupo, con los derechos y responsabilidades que conlleva.

En nuestra sociedad, y en el tiempo actual, aún se conservan ritos de transición de la niñez a la pubertad, y de ésta a la madurez; en este último caso el hecho de ser llamado a filas –ser mozo o quinto– supone el aldabonazo definitivo para abandonar la categoría de muchacho y alcanzar la de adulto.

Con este motivo, todos los mozos del remplazo suelen festejar el acontecimiento con generosas libaciones –uno de los «derechos» que da el ser adulto– y acaban formando rondas y entonando coplas que, si bien hacen referencia a su nuevo status, en la mayoría de las ocasiones, en otras, y ya con el derecho que le confiere su nueva situación, requieren a las muchachas elegidas, aunque alguna vez se escape la melancolía ante la más o menos inminente marcha:

Adiós Pajarillo y Ponce,
adiós Cerro de Almadén,
adiós Cañá de las Varas,
cuándo te volveré a ver.

La versión que aquí presentamos como representativa de las coplas de quintos de Jaén la recogimos de boca de don Juan Antonio Jurado, en el pueblo de La Guardia, quien, en compañía de sus veintiséis compañeros de aquella quinta, la de 1924, la entonaría durante buena parte de la noche.

Copla de quintos
A mí no me gusta el vino
ni el aguardiente de Ocaña,
el día que yo entre en quintas
pondré un ramo en tu ventana.
Pondré un ramo en tu ventana
de rosas y de claveles
y cuando venga cumplido
te lo pondré de laureles.
Te lo pondré de laureles
por ser los que más prefiero,
con un letrero que diga:
de plaza soy artillero.

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